Cada día que bajo el túnel de Tlalpan hacia 20 de noviembre, el estómago se me convierte en aretes. Me agarro de la manija del auto, cierro los ojos, aprieto los pies y no hago un sólo ruido. Lo hago así para que el taxista no se asuste y porque en realidad me apena decir que las bajadas -así de ridículas- me dan miedito.
Pero no siempre fue así. De las montañas rusas nadie me platicaba. Subía, bajaba y me formaba una y otra vez, lo que durara. Y yo no sólo lo disfrutaba sino que aguantaba a carcajada suelta. El tiempo pasó y con la edad explico mi conservadurismo.
Así que si decides llevarme alto para en seguida soltarme, ten la certeza de que no lo disfrutaré y por el contrario, saldré corriendo. Peor escenario en el que me invitas a la montaña rusa y yo en espíritu aventurero accedo, sólo para darme cuenta que es un triste y aburrido carrusel.
A mi oficina puedo llegar por otras rutas, pero alejarme de ti ocurre en el túnel de Casi Ya No y nos lleva a ninguna parte.
Doce años
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Pasaron 12 años desde la última entrada a este blog. El mundo cambió. Mi
vida cambió.
Curiosamente, aquellos primeros protagonistas de el muy añejo Sin...
Hace 6 meses
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