Hace dos años, junto a un libro de Bryce Echenique recibí éste correo.
B es una mujer inteligente. Actúa, como lo hacía Montaigne al escribir, de buena fe. Está colmada de dolores: viejos y jóvenes, redondos, con aristas, incluso, azules y salados.
Año tras año, B ha perfeccionado el arte de jugar a las escondidas con ellos. Discretamente, descalza digamos, los sorprende por la espalda y los amordaza hasta, como se dice comunmente, dejarlos fríos. Sin embargo, como "también los enanos empezaron desde pequeños", no falta algún miedo pueril, minúsculo, que se escapa del aislamiento y nace a través del útero de su ojo izquierdo gritando: un, dos, tres por mí y por todos los miedos que yacen en el cementerio polar que es P.
Hay algunas y algunos que tienen una visión reduccionista de B. Evitan, hasta donde es posible, vivir la riesgosa, lenta y complicada aventura que implica el conocerla. Y ella lo acepta. Y se hace pequeña, más pequeña, insignificante para que nadie se atreva a soltarle, sino a sus perros del deseo, cuando menos un piropo.
En ocasiones, casi contra su voluntad, se le acomodan las cosas y ella hace todo lo posible por no ganar. No sabe ganar. B tiene un rostro hermoso, con unas cejas que alimentan mi fetiche.
Conforme pasa el tiempo y más la (des)conozco, no puedo sino recordar a Bryce Echenique al saber que la Tarzana que es B también tiene amigdalitis
1 comentario:
¿Habrá sumado P. nuevas formas de dolores a su existir? ¿Será su vida, como en el libro de Bryce, una suerte de desencuentros? Es intuitivo pero sugiero que tarde o temprano la vida me va reencontrar con ella; con Kafka, con sus pantorillas de ensueño, para poder, entonces sí, construir una amistad irreverente.
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