viernes, 21 de noviembre de 2008

Nunca fui primera dama

Tu madre me detesta. Usa ese tonito pedante de su origen burgués y su sonrisa tiesa, medio chueca para preguntarme Cómo está Usted. Me repatea que me extienda la mano mientras reza en silencio que no vaya yo a contagiarla de lumpen o de gente normal y corriente. Podrá ser muy culta y educada en lo que concierne al buen vestir, a las mascadas caras y de marcas de moda, a los lentes oscuros de diseñador y a las chalinas de seda con estampados, eso sí, rete mexicanos. Pero la cantidad de vergüenzas que me ha hecho pasar los últimos días no tienen nombre. Anoche llegó muy presta para presidir una mesa de intelectuales. Llegó una hora tarde cuando los ponentes y asistentes habían avanzado sin su presencia en el evento. En cuanto se sentó, comenzó el desorden. Pidió que cambiaran el volumen del sonido porque le parecía horroroso, intentó disculparse con algo que pretendía ser una llamada de atención que no tuvo eco en el público, "Podría decir que estoy muy apenada pero vale más que esté yo aquí sentada, viva...", interrumpió a los compañeros de la mesa para hacer chistes sobre sus intervenciones que casi nada tenían de graciosas, ponía sus manitas debajo de su barbilla en son de paz para evadir su mustia maldad. Pero solita se descubrió. No era su turno para hablar, pero arrebató el micrófono. Dedicó su participación a una reconocida personalidad que se encontraba en el público. De ésta última, es sabido que lo ha pasado mal, que le sobrevive una de sus tres hijas y que además de todo no la puede sacar y presumir en público porque se le volvió lencha la muy malagradecida. Todo mundo sabe que sus otras dos hijas tuvieron muertes trágicas y que a pesar de todo, ha logrado salir de la solemnidad del luto a un mundo donde nadie siente lástima por ella, por el contrario, la tratan por quien es y no por las penas que sostiene en su alma. En cambio tu madre, otra vez con el miedo al contagio pero en esta ocasión como quien golpea la madera para pedir que no le suceda el mal pensamiento, le toca la herida, le escupe en la llaga, se revuelca en el sufrimiento ajeno y dice cosas de La Hijo aún viva, la Hija que respira, la Hija que permanece y no se ha ido, la Hija que tiene futuro y destino, la Hija que es suya y no de la madre que no la tiene, la Hija de Harvard, de MIT, del Colmex, la Hija bien que enlazará sus apellidos a los de otro bien, la Hija que un día será la primera dama. El público está estupefacto. Tu madre peca de ingenua o es una reverenda desgraciada.
Tu madre no me tolera. Hemos organizado una cena con la gente bonita que a ella le gusta. El montaje no podría ser mejor para los de su matriz cultural. Pase, pase, de lado derecho los empresarios petroleros, al frente Mister President y la inteligentísima de su esposa -qué importa que esté tan feyita la pobrecita-, a su izquierda el Boom de las artes -y dónde que no te animaste a comprar cuando eran baratos y unos eeequis en la vida-, de lado derecho los otros muy importantes. Pero su grandilocuente nombre no figuraba en la lista. A esos que no aparecían les tocaba el rumbo de los meseros, de los fotógrafos y los guardaespaldas. Yo no sé para qué se quejaba tanto, de todos modos iba a tener unos momentos entre plato y plato para caminar entre las mesas de sus cuatachonas para saludar y entretenerse. Pero ella no quería que le preguntaran Donde está Usted sentada y tuviera que señalar, no cerquita sino lejos, estirar no la mano sino el brazo para dar apenas una pista visual de su lugar fuera del círculo Pink. Antes de que terminara de servirse la entrada ya había jalado una silla en una mesa donde los invitados se creyeron el cuento de que en principio había decidio no asistir y que ahora, así de última hora le dijeron que ese era su lugar. Me dí una vuelta por su nueva mesa y le he preguntado si se le ofrecía algo. Entonces sí se sintió relajada. Ya vieron que hay súbditos que me preguntan si todo está en orden, ya vieron que con ninguno de ustedes han tenido esa cortesía, ya vieron que alguien me ha reconocido. Me ha dado tanto gusto verla contenta que fue por amor a ti que pedí a la prensa que incluyesen su nombre en los periodicos. Estoy mintiendo, lo pedí porque quería que cuando amaneciera en Berlín y buscaras las noticias de México en internet, notaras que tu madre estuvo allí y supieras que yo también. Tenía ganas de que pensaras en el encuentro de las dos brujas de tu vida y quizá te saltara la duda y tuvieses que preguntarle a ella por mi. Como sea, si no preguntabas, me odia tanto que iría a contarte todo. Seguro me echó la culpa del tema de las mesas. Pero te juro que no tuve nada que ver. No me lo vas a creer porque decidiste no creeme nunca más. Otra prueba de que ella no me tolera. Hubo un día que te vino con la historia de que yo te había engañado y se lo creíste. Es tu madre, lo entiendo, pero siempre supiste que nunca fui santa de su devoción.
Yo no he seguido su ejemplo. El único mérito de tu mamacita ha sido casarse con el bueno de tu padre. Lo único por lo que sus amigos y amigas la consecuentan es porque tu papá ha dispuesto que sea la primera dama de su casa.





En el fondo, lo que no supera es que yo jamás seré la primera ni la segunda dama tuya porque en nuestro caso, eres tú quien ha corrido con la suerte de juntarse conmigo y eres tú con los modales finos y femeninos tan bien puestos que ella te ha inculcado, quien se ha gando el lugar de primer caballero de mi casa. Amor mío, tu mamá te tiene envidia...

1 comentario:

Jorge Javier Romero dijo...

Muy buen texto. Una ficción bien construida, donde cualquier similitud con la realidad es mera coincidencia. De paso, te dejo un beso para que veas que sí visito tu blog.